Sólo en España gobiernan los sindicatos

Sólo en España gobiernan los sindicatos

El pasado miércoles los periódicos publicaron una foto sublime proporcionada por el mandarín del país. Es en La Moncloa, y allí aparecen desayunando plácidamente Sánchez, los secretarios generales de los sindicatos UGT y Comisiones Obreras, Pepe Álvarez y Unai Sordo, junto a las vicepresidentas del Gobierno y el ministro Escrivá, que llegó al Ejecutivo con fama de experto y que es el encargado de los trabajos tan delicados como sucios. Sabiendo el que más de todos, se ha prestado genuflexo a las encomiendas de Sánchez, perdiendo toda la reputación y el prestigio que tuvo en algún momento y que ha arrasado. Supongo que le compensará.

En el desayuno con diamantes, y dada la hora sin crustáceos, todos los interfectos están celebrando la condena al desempleo de miles de españoles, que no es otra cosa que el aumento de las cotizaciones sociales de las empresas acordado por estos enemigos de la patria. Los comensales participan de la idea criminal de que las compañías se quejan de vicio y están convencidos de que tienen un gran fondo de armario para soportar las obligaciones adicionales que les imponga el Ejecutivo, ya sea a cuenta del cambio climático, la subida de impuestos o en este caso de las pensiones. Y así parecen determinados a asfixiarlas en aras de la falsa justicia social. Pero llega un momento en que la vaca no da más leche, que el caballo no tira del carro, como diría Churchill. Las cuotas sociales en España ya están entre las más altas de la Unión Europea, y un aumento adicional eleva el coste de la contratación y disuade el interés de las sociedades por aumentar la plantilla, incluso en caso de necesidad. Sencillamente, no les compensa.

Con una inflación que supera de largo el 5%, que va a espolear las reivindicaciones salariales a cargo de los sindicatos venales, a fin de que los trabajadores fijos y debidamente afiliados a la mafia no pierdan poder adquisitivo, subir las cotizaciones -que forman parte de la retribución bruta del empleado- es el camino más directo hacia el paro.

Por decirlo de otra manera, no hay camino más directo hacia el desempleo que un Gobierno aliado con los sindicatos, que jamás han tenido interés en la aventura de crear puestos de trabajo, sino en torpedear el libre desenvolvimiento de la empresa y en engordar su cuenta de resultados; que han demostrado una probada eficacia en la corrupción, en las buenas comidas de marisco, regadas con vino de marca y finalizadas en las mejores compañías.

No hay gobierno en Europa que dirija el país en alianza con los sindicatos, ni tampoco alguno que tenga comunistas en su seno. ¿Ustedes han visto alguna vez a los sindicatos en el Palacio del Elíseo en Francia, o en el 10 de ’Downing Street’, donde vive el primer ministro del Reino Unido? Desde este punto de vista, España es una anomalía política y económica, cuyos resultados son evidentes. Citaré dos.

Es la primera vez en la historia que, en una recesión, con un aumento considerable del paro, cae la productividad, que es la relación entre el PIB y el volumen de la mano de obra. También es la primera vez en la historia que después de una recesión tan intensa salimos de ella con tasas de crecimiento menores que la media de Europa. Esto es algo completamente original. Inédito. Siempre la actividad se deprimía más cuando la coyuntura quebraba, pero éramos los que más crecíamos cuando el ciclo variaba de tendencia, por circunstancias que tienen que ver con un modelo productivo maltratado por el sistema legal que ordena el mercado de trabajo desde tiempo inmemorial.

Ya no es así. Ahora somos de hecho el país que más caímos el año pasado, cuando el PIB retrocedió un 11%, y el que en estos momentos está en el furgón de cola de la recuperación del Continente. Todas las grandes naciones ya han recobrado los niveles de actividad de 2019 menos España. Somos un caso único, excepcional en tantos aspectos que provoca hasta la ira el optimismo insufrible y nada justificado de este Gobierno, que se resume en ese desayuno amical entre todos los agentes aliados para destruir la nación, pero salvaguardando su interés, que es la permanencia en el poder a toda costa.

Lo normal en un país bien orientado políticamente es que el Gobierno legislara en favor de los empresarios, que son los que crean empleo, pero aquí sucede lo contrario. Por fortuna, la CEOE, la organización patronal, se ha descolgado del acuerdo sobre las pensiones y se muestra reacia a pactar cualquiera de las ocurrencias sobre la reforma laboral que tiene en mente la comunista Yolanda Diaz. Lo contrario sería igual de anómalo y de nocivo. Después de los traspiés cometidos por el jefe de la patronal Garamendi sobre el salario mínimo, no hay posibilidad de ceder en nada ante un Gobierno cuyo cariño por los empresarios es perfectamente descriptible. Pero la coalición en favor del mal lo intentará a toda costa. La artillería mediática trabajará a destajo para desacreditar la legitimidad de los empresarios para defender al mundo de los negocios del contubernio en su contra. Será una pelea de barrio bajo. Se incidirá repetidamente en la falta de responsabilidad de la organización empresarial, cuya eventual oposición podría despertar las alarmas de Bruselas e impedir la recepción de los fondos europeos. Se les acusará de falta de solidaridad, de egoísmo. Se les reprochará estar sometida a motivos de corte ideológico, político o táctico, y de venderse a la estrategia del Partido Popular.

Estás son todas las atrocidades que tendrá que soportar el inefable Garamendi, que hasta la fecha no ha destacado por la fortaleza de sus convicciones ni por su determinación para honrar el cargo para el que fue elegido. Pero lo de las pensiones es un envite menor en relación con la contra reforma laboral en la que está empeñada la ministra pérfida Díaz, y a la que parece dar pábulo Sánchez. Esto último es un órdago, una salvajada que incluye el propósito de hasta decretar coactivamente el grado de temporalidad del trabajo, que en nuestro país es en gran parte estacional por naturaleza. La patronal es el ancla que todavía nos queda para tratar de ganar estos desafíos, disparando las alertas en Europa sobre la tropa que nos gobierna. Que Dios reparta suerte, naturalmente a nuestro favor.

 

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